Tan pronto como me aproximé, me di cuenta de que el niño recogía a las frágiles estrellitas de mar y una a una las arrojaba de nuevo al mar.
Intrigado, le pregunté por qué estaba haciendo eso y me respondió:
–Estoy devolviendo estas estrellas de mar al agua. Como ves, la marea es baja y si no las arrojo rápido, morirán aquí deshidratadas.
Entiendo, le dije, pero debe haber millones de estrellitas de mar sobre la playa y nunca podrías devolverlas a todas. ¡Son demasiadas! Quizás no te hayas dado cuenta de que esto mismo sucede probablemente en cientos de playas a lo largo de la costa, ¿acaso no estás haciendo algo que no tiene sentido?
EL NIÑO SONRIÓ, SE INCLINÓ, TOMÓ UNA ESTRELLITA DE MAR Y MIENTRAS LA LANZABA DE VUELTA AL MAR ME RESPONDIÓ:
- PARA ÉSTA SÍ TUVO SENTIDO… PARA ÉSTA Y ÉSTA TAMBIÉN.
El hombre sonrió, se inclinó, tomó una estrella de mar, mientras decía y para ésta… y ésta…
Otras personas que estaban observando y escuchando lo que sucedía, tomaron la misma actitud. En un momento eran cientos. Se podía escuchar desde lejos como un coro que decía: Y ésta… y ésta…
CADA ACTO DE AMOR QUE HAGAMOS A NUESTROS SERES QUERIDOS, AMIGOS, COMPAÑEROS DE TRABAJO, CONOCIDOS O NO, ES UNA ESTRELLITA QUE DEVUELVES AL MAR…
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