miércoles, 7 de mayo de 2014



La muerte no se supera, se abraza 

No en vano dicen que en esta vida todo tiene solución menos la muerte.
Cuando muere un ser que amamos profundamente sentimos un dolor que nos
traspasa el alma y nuestro corazón se rompe en incontables pedacitos
de frustración al perder para siempre a aquella persona tan especial
que acariciaba nuestro ser con cada mirada.
¿Qué puede doler más? ¿Saber que jamás podremos volver
a verle? ¿Ese montón de palabras que siempre quisimos 
decir y no pudimos? ¿El hecho de que nosotras estemos aquí
y ellos no? ¿Cómo pedirle al alma que no llore por tantas ausencias?
Quisiéramos estar en paz, sabiendo que quien murió se marchó
a un lugar mejor, en donde se encuentra la paz y la armonía
que todos buscamos… Pero en lugar de pensar así, estamos aquí
sufriendo, pensando en el dolor que sentimos y derramando las
lágrimas más amargas que nunca pensamos derramar.
¡Cómo nos gustaría devolver el tiempo y hacer tantas cosas
que podrían amilanar la tristeza y pesadez que hay en nuestro corazón!
Sabemos que algún día la muerte llegará, sea por el inefable
paso de los años o por los desventurados accidentes y enfermedades 
que acontecen. Pero nunca estamos preparadas para vivir sin aquella
persona dueña de nuestra alma, ello es como si te pidieran que 
empezaras a morir en vida, que visualizaras lo que desearías que
nunca pasara. ¿Cómo frenar aquel oscuro vacío en el que caes
cuando ves él lúgubre féretro? ¿Cómo calmar al espíritu cuando 
tras ese frio vidrio ves a la persona que tantas veces viste sonreír?
¿Cómo borrar las esperanzas de creer que fue una equivocación cuando 
ves a tu familia llorando sobre ese inerte ataúd? ¿Cómo no derrumbarse al tener que aceptar lo que tantas veces quisimos esquivar?
No hay palabras ni consuelos que alcancen a darle luz a las 
oscuridades que te envuelven. ¿Por qué pensar qué todo va a pasar? 
¿Qué la política de esta vida es dejar atrás incluso a quienes
amamos y nos amaron tanto? Los comentarios de quienes escuchas 
se vuelven tan superfluos, tan monótonos y faltos de sentido: 
¿qué no entienden que el dolor de la muerte de un ser querid
o no es un hecho fácil de asimilar?
Y llega aquella palabra que quisieras que no existiera:
la resignación. Pero ¿qué es la resignación? ¿Recordar
que hay cosas que no tenemos en nuestras manos y que 
simplemente debemos vivir? ¿Acaso la resignación borra
la tristeza? Hay tantos sentimientos encontrados,
no nos imaginamos seguir respirando sin la presencia
de la otra persona… Pero, aunque no queramos, debemos
empezar a resignarnos y a cargar con las responsabilidades 
de lo que hicimos o dejamos de hacer. 
¿Pero saben una cosa? Hay algo que es verdad entre
tantas palabras que escuchas:la persona que partio
no quisiera que sufriéramos a causa de su partida.
Ése ser nos amaba y el amor no es sufrimiento, 
¿acaso existe alguien que quiera ver sufrir a las personas que ama?
Pero somos personas que no pueden evitar ese
remolino de tristezas y llanto.
La muerte no es algo que se supere, es algo 
que se acepta. Quizá no encontremos la salida en mucho tiempo,
quizá no superemos las ausencias en muchos meses… Pero hay 
algo que ni siquiera la muerte rompe: el AMOR, y aunque ya 
no podamos ver a la otra persona, ni sentir su aroma, 
ni escuchar su voz, ni mirarle a los ojos, ni abrazarle
físicamente, siempre podremos cerrar nuestros ojos para
recordarle, para decirle desde nuestro corazón que le 
echamos de menos, que le amamos, que nos perdone, que nos abrace.
Y desde ahí, es donde nacen los verdaderos consuelos:
desde la eternidad de un sentimiento y no desde lo 
efímero de una vida mortal. Abraza tu dolor,
seguramente el tiempo, como gran maestro, 
te mostrará el camino a la sanación de tu alma,
porque tú no eres un ser de años, eres un ser de eternidades.

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