Hay mucho dolor en el mundo y todo él es fruto de la ignorancia (avidya), y no del merecimiento personal -como generalmente se piensa- ni porque sirva de salvoconducto para alcanzar algún privilegio o recompensa. El ser humano sufre, no porque sea “malo” ni porque exista un dios justiciero, sino porque es ignorante; porque no sabe quién es ni que su presencia en el mundo tenga una noble finalidad. Carente de ese fundamental conocimiento, se asienta sobre una idea de sí y de la vida alejadas de su significado real, que ignora; y esta distorsión ocasionará el desamparo, la limitación, la desavenencia, el temor, la pérdida, la frustración, la impotencia, el conflicto, la enfermedad…, el sufrimiento.
Del simbolismo presente en las grandes religiones hemos extraído la noticia de que la vida humana discurre “fuera del Paraíso”, inmersa en un campo virtual donde la presencia de Dios permanece oculta, como ausente. De este modo, la vida humana se traduce en la crónica del alma en el exilio, desconectada de sus raíces y de la “fuente eterna que emana bienaventuranza sin límite”; huérfana de Dios y privada del incalculable beneficio de la “gracia”. En estas implícitas y desconocidas condiciones afrontamos la denominada “vida humana”, cuya característica fundamental se resume en el simbólico Árbol de la ciencia del Bien y del Mal, que alude a la experiencia sensorial completa, desde un polo hasta su opuesto. Pero también a la adquisición de la facultad de discernir inherente a ella, que en algún momento haga posible un juicio final de inocencia y bondad para todo lo vivido y creado.
Así entendida, la vida humana se asemeja a la realización de un “proyecto”, siendo el ser humano el agente que lo ejecuta porque en su alma y en sus genes está ya registrado el plan, las reglas de juego y los medios para llevarlo a cabo. Aunque nada de ello recuerde o sepa, pues el punto de partida es la ignorancia. El arduo proceso muestra al ser humano sumido en la oscuridad, la desorientación, la impotencia y el miedo que acompañan durante el exilio y la ausencia de Dios a todo caminante, abriéndose paso hacia un glorioso destino que desconoce y guiado por una fuerza interior inextinguible, como un instinto.
En la travesía vivirá todo tipo de situaciones y somatizará en su cuerpo, a modo de enfermedad, las señales que advierten de la precisión de sus pasos y que tal vez no sabrá interpretar, porque el estado de ignorancia en el que existe es un entramado psíquico que bloquea esa posibilidad sin que, además, él se dé cuenta. Necesita ayuda, pues él solo no puede. Nadie puede.
Esta es la realidad del ser humano, dolorida y admirable a la vez, que justifica la naturaleza y función del Terapeuta. Porque Terapeuta es aquel que sintiendo como propia la necesidad y el desvalimiento del ser humano, por un lado; y por otro su ilimitado potencial, decide acompañarlo en el camino del descubrimiento y realización de sí mismo.
Tal vez este sentimiento al que pongo palabras ya vive en ti, porque perteneces a un “campo de conciencia” que encarna a la compasión; porque formas parte de ese colectivo sensible al devenir del alma en la tierra y a su necesidad, que decidió un día descender al mundo en su ayuda. Si así es, entonces esta experiencia que anunciamos puede ser apropiada para ti.
MUCHAS GRACIAS !!!
No hay comentarios:
Publicar un comentario