miércoles, 2 de octubre de 2013



«El hombre es el único animal que come sin tener hambre, bebe sin tener sed y habla sin tener nada que decir», decía Marc Twain. Por eso, contra el bullicio, la verborragia y la cháchara en general, recopilamos reflexiones que giran en torno al beneficio de expresarse solo cuando se justifica. Aquí vamos, con la ayuda de frases acertadas de escritores que sabían del valor de cada palabra. 

En general, la expresión excesiva está asociada a la carencia de contenido: 

«Se tiende a poner palabras allí donde faltan las ideas», denunciaba el escritor alemán Johann Wolfgang von Goethe.

«Cuanto menos piensan los hombres, más hablan», declaraba Montesquieu. 

Thomas S. Eliot lo planteaba, con ingenio, de este modo: 

«Bendito sea el hombre que, no teniendo nada que decir, se abstiene de demostrárnoslo con sus palabras». 

Una variante de lo cual es este lema de Pitágoras (que muchas veces se atribuye a otros pensadores célebres e incluso a humoristas, como Groucho Marx): «Más le vale a un hombre tener la boca cerrada, y que los demás lo crean tonto, que abrirla y que los demás se convenzan de que lo es». 

A la inversa, la capacidad de contenerse de hablar está asociada a cierta sabiduría o al menos a un aprendizaje: 

«Se necesitan dos años para aprender a hablar y sesenta para aprender a callar», reconocía Ernest Hemingway. 

Y Winston Churchill: «A menudo me he tenido que comer mis palabras y he descubierto que eran una dieta equilibrada».

También aparece asociada a la obtención de un beneficio: 

«Es mejor ser rey de tu silencio que esclavo de tus palabras», según William Shakespeare. 

Finalmente, Quevedo resumía poéticamente la diferencia entre cantidad y calidad: 

«Las palabras son como las monedas, que una vale por muchas como muchas no valen por una». 

¿Qué otras cosas se pueden decir (¡que sean más valiosas que el no decirlas!) sobre el silencio?


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