Cuando nuestro ser querido se va de forma física, el golpe inicial desata un panorama desolador tan inmenso y sobrecogedor que nos deja literalmente sin aliento. En un instante todo nuestro futuro desaparece tal y cómo lo habíamos proyectado y nos encontramos sin nada familiar.
Esta situación totalmente extraña nos descoloca y nos precipita hacia un estado de aturdimiento total y desconexión con la realidad que puede eternizarse, manteniéndonos en una suspensión menos dañina. Lo que nos espera nos amenaza tanto que sin ser conscientes de ello, nos defendemos alargando y posponiendo el momento en el que vamos a tener que enfrentar la realidad.
Ante tanta precariedad, nos vemos totalmente incapacitados y vamos a necesitar una dosis fuerte de valentía para rescatarnos de la nada. En un momento u otro vamos a tener que armarnos de valor, respirar hondamente y dar ese paso, tan duro, hacia lo que nos está esperando. Desde ese segundo, ya nunca más sabremos lo que es vivir sin valor. Desde ese momento empieza la construcción de la crisálida.
A. Carmelo.
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