Cuando el “listo” es “tonto”
Jason H., estudiante de un instituto de Miami, indudable candidato a matrícula de Honor, estaba tan obsesionado con la idea de ingresar en la prestigiosa Universidad de Harvard para estudiar medicina que, acuchilló a su profesor de física, David Pologruto, por la simple razón de haberle puesto “tan solo” un notable alto. El estudiante temía que esa “mancha” en su expediente perjudicase su acceso a dicha universidad.
El juez lo declaró inocente porque, apoyado en un informe de un grupo de psicólogos, se entendía que en el momento de cometer el ataque se encontraba en un estado psicótico.
Aunque el alumno se graduó finalmente con una nota extraordinaria, el profesor agredido se lamentaba de quenunca se hubiera disculpado ni tampoco hubiera asumido la menor responsabilidad por su agresión.
Según varios estudios, el Coeficiente Intelectual (CI) parece aportar tan solo un 20% de los factores determinantes del éxito en la vida, o lo que es lo mismo, la felicidad o el éxito en la vida depende, en el 80% restante, de otra clase de factores.
Aunque algunos de esos restantes factores pueden estar fijados por la clase social o la suerte, existen otras características englobadas en el concepto “Inteligencia Emocional”, tales como la capacidad de:
- Motivarnos a nosotros mismos.
- Perseverar en el empeño a pesar de posibles frustraciones.
- Regular nuestros propios estados de ánimo.
- Evitar que la angustia interfiera con nuestras facultades racionales
- Empatizar y confiar en los demás.
Frente a quienes son de la opinión de que ni la experiencia ni la educación pueden modificar substancialmente el resultado del CI, se puede decir que, si nos tomamos la molestia de concienciarnos, podemos aprender a desarrollar las habilidades anteriormente expuestas. Si igualmente nos preocupamos por educar en este sentido a nuestros hijos, ya tendrán un trabajo hecho que redundará en su propio beneficio futuro.
Saber que una persona ha logrado graduarse con unas notas excelentes equivale a saber que es sumamente buena o bueno en las pruebas de evaluación académicas, pero no nos dice absolutamente nada en cuanto al modo en que reaccionará ante las vicisitudes que le presente la vida.
Y este es precisamente el problema, porque la inteligencia académica no ofrece la menor preparación para la multitud de dificultades (o de oportunidades) a las que deberemos enfrentarnos a lo largo de la vida. No obstante, aunque un elevado CI no constituya la menor garantía de prosperidad, prestigio ni felicidad, nuestras escuelas y nuestra cultura, en general, siguen insistiendo en el desarrollo de las habilidades académicas en detrimento de la Inteligencia Emocional, de ese conjunto de rasgos (que algunos llaman carácter) que tan decisivo resulta para nuestro destino personal.
Al igual que ocurre con la lectura o las matemáticas, la vida emocional constituye un ámbito (que incluye un determinado conjunto de habilidades) que puede dominarse con mayor o menor pericia. Y el grado de dominio que alcance una persona sobre estas habilidades resulta decisivo para determinar el motivo por el cual ciertos individuos prosperan en la vida mientras que otros, con un nivel intelectual similar, acaban en un callejón sin salida.
La Competencia Emocional, constituye en suma, una meta-habilidad [una habilidad que engloba a las demás] que determina el grado de destreza que alcanzaremos en el dominio de todas nuestras otras facultades (entre las que se incluye la tradicionalmente llamada inteligencia).
Existe una clara evidencia que las personas emocionalmente desarrolladas, es decir, las personas que gobiernan adecuadamente sus sentimientos, y asimismo saben interpretar y relacionarse efectivamente con los sentimientos de los demás, disfrutan de una situación ventajosa en todos los dominios de la vida, desde el noviazgo y las relaciones íntimas hasta el trabajo.
Quienes, por el contrario, no pueden controlar su vida emocional, se debaten en sus constantes luchas internas que socavan su capacidad de trabajo y les impide pensar con la suficiente claridad.
DANIEL COLEMAN
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