jueves, 14 de noviembre de 2013




Perdonar no significa obligatoriamente reconciliarse. Se puede perdonar sin volver a relacionarse con el que ha ofendido.
Perdonar es detener el sufrimiento ocasionado por el rencor, deponer esa energía negativa implicada en el deseo de revancha, la animosidad, el resentimiento o el odio. Ese estado de ánimo nos libera y devuelve al otro la energía negativa que guardamos dentro de nosotros.
Perdonar no significa olvidar, ya que conservamos los aprendizajes que otorga la experiencia. A veces, se trata de saber cortar los puentes y, para sobrevivir y recuperar la salud, de renunciar a, por ejemplo, encontrar padres amorosos en lugar de padres maltratadores.
Según el norteamericano Robert McDonald, uno de los principales representantes actuales de la Programación Neurolingüística (PNL), el perdón consiste en relajarse frente a la exigencia de que el pasado sea diferente de como ha sido. Eso no significa aprobar el comportamiento inaceptable del otro. Se puede perdonar y recordar. Entonces, en lugar de estar entrampados en el daño provocado, quedamos liberados del pasado. Para McDonald, si uno está lleno de odio, no puede tener una vida feliz. Agrega que el perdón exige mucho tiempo y trabajo. Su fin último es la paz del espíritu.
Perdonar también es renunciar a toda “exigencia de pedido de disculpas” por el mal que nos hicieron o la injusticia que sufrimos.
En psicodrama, el juego de roles permite alcanzar la capacidad de perdonar, de igual modo que en la PNL se utiliza el “protocolo del perdón”. Imaginamos que tendemos respetuosamente un anzuelo que teníamos en el corazón a la persona por la que sentimos rencor o enojo. Y entonces decimos: “Toma, es tuyo, no lo quiero más. Te lo doy. Ahora estoy libre”.
Frecuentemente, se trata de perdonarse a uno mismo por no haber podido impedir la pérdida, por no haber podido cambiar el curso de los acontecimientos. Otras veces, y aunque sea más difícil, se trata de perdonar a los autores de la pérdida. 
Para Lytta Basset, “el camino del perdón es fascinante porque le pertenece por completo a la persona afectada por el mal, ella es la primera que obtendrá una ganancia”. Y agrega: “Recordar el mal sin perdonar determina una vida infernal. Pero un perdón que no recuerde el mal sufrido no es un perdón auténticamente liberador”.


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